Cuando se Rompen Las Olas

No quise hablar de esto durante mucho tiempo. Los recuerdos es mejor dejarlos olvidados. En ocasiones hablar a uno lo empequeñece, ridiculiza y peor aún, te hace cuestionar lo que crees haber visto y vivido. Son más de diez años en los que no ha pasado un día sin que me atormente aquel recuerdo. La rompiente del mar y las olas espumosas me perturban, siento que en cualquier momento saldrán de las olas, aquellas bestias, aquellos engendros que terminaron con la vida de mis amigos. Hablaré en esta ocasión pues se aproxima la última luna de sangre y quiero, más que nada en este mundo darles paz a sus almas.
En otoño del 2003, viajé junto a tres amigos a Punta de Lobos, sin duda el mejor lugar del planeta para el surf. No tenía experiencia corriendo olas grandes, pero no fue difícil conocer lo esencial para aventurarme al breakpoint. Todas las tardes esperábamos la puesta de sol sentados en nuestras tablas; una vez que éste se sumergía, inmediatamente, el mar cobraba un vigor oscuro y las olas crecían de manera descomunal.
Una tarde, al bajar por el acantilado nos encontramos con un hombre que nos detuvo. Éste se presentó como un experimentado marero, que nos había observado y nos daría un consejo, algo que debíamos tener en cuenta o de lo contrario sufriríamos las consecuencias.
«Hijos, no entren al mar, esta noche se producirá una gran luna de sangre y sus consecuencias son desastrosas. Hace años que no se daba una; la última vez cobró la vida de seis jóvenes que no quisieron escuchar, que no creyeron en mis palabras. Esta luna de sangre coincide con el momento de mayor apogeo de los sirenos; aquellos seres con cuerpo mitad humano y mitad pez que contagian a los humanos transformándolos en uno de ellos, en un no-vivo. Nunca se sabe cuando aparecerán en Punta de Lobos, excepto en las lunas de sangre, el momento propicio para atacar en los peñones… si hasta los lobos desaparecen ¿o acaso pueden ver alguno esta tarde?»

Yo dudé, el marero hablaba con sinceridad, en sus ojos se advertía la súplica real, sin embargo, los demás entraron, no quisieron continuar oyéndolo. El miedo me paralizó y tuve la sensación de que algo malo ocurriría, un mal presentimiento. Tenía que saber algo más antes de decidirme a entrar en el agua.
—¿Está seguro de lo que está diciendo, no se trata de una broma, cierto?
»No, por supuesto que no. Ellos atacan y los cuerpos jamás aparecen, pues se convierten en sirenos. Nadie sabe de dónde vienen o qué son, pero yo creo que se asemejan a los zombies, no son humanos, pero lo parecen, de seguro no están vivos y por lo que se dice, convierten a sus víctimas en nuevos sirenos, un contagio.
—Pero ¿quién dice esas cosas?, creía que usted los había visto.
»Los he visto, pero nunca he estado cerca de alguno. He hablado con sobrevivientes, con hombres que han estado en el agua durante sus ataques, con ancianos mareros que me transmitieron sus experiencias.
—Creo que entraré a convencer a mis amigos, no estaré tranquilo si espero a que nada les ocurra, intentaré sacarlos del agua.
»Ellos ya decidieron hijo, no tienes nada qué hacer; una vez más, no entres ahí.
Debí hacer caso en ese momento, ya no podía hacer mucho por mis amigos que me llevaban una considerable ventaja y se acercaban al breakpoint detrás del peñón. De todos modos lo intenté, nadé sobre la tabla con todas mis fuerzas, sin embargo, el oleaje estaba fuertísimo, impedía que avanzara con diligencia. En las rocas, ausencia de lobos, el marero en aquello tenía razón, estaba esperanzado en que fuera solo en eso.
Sin embargo, no fui capaz de continuar, el miedo me paralizó, me senté en la tabla esperando que mis amigos tomaran una ola y se me acercaran, pero no aparecía ninguno, hasta que en las crestas de las olas pude ver una tabla solitaria que luego pasaría por mi lado, con una pierna aún atada al leash de la que aún parecía manar sangre a borbotones. No necesité saber nada más y regresé a la playa a toda velocidad, rogaba porque mi chapoteo no fuera notado por aquellos seres de los que hablara el marero, rezaba para salir con vida de esta. Acaso no era ya suficiente con arriesgarse en las olas, sino que además estaban estos demonios o zombies, como quieran llamarles.
Aquella noche evité que más riders incautos ingresaran al agua, las tablas en la playa y en especial la que arrastraba la pierna, disuadían a los más escépticos. Más tarde, cuando llegaron las policías me vi prestando declaración, observé la luna de sangre mientras se reían de mi declaración, sin embargo, la mano y las tablas me respaldaban. Del marero nada se supo, no se volvió a ver, mi descripción no sirvió para identificarlo pues nadie lo conocía. Un grupo de buzos tácticos entraron y no volvieron a salir, desde el acantilado se veía como unas embarcaciones rastreaban con luces alógenas entre las olas y los roqueríos, mientras un helicóptero alumbraba la superficie. No fue suficiente, aquella noche nadie vio nada, ningún cuerpo apareció, ni a mis tres amigos o los cuatro buzos. Nunca más aparecieron, luego se instalaron placas metálicas con sus nombres, especie de animitas que recordaban sus pérdidas.
Hoy después de once años se repite la luna sangrienta, debo hacer algo por ellos, me he preparado para darles muerte o terminar con estos sirenos, he investigado lo suficiente, me he preparado a consciencia. Tengo un arma, estoy en un sitio estratégico, es cuestión de paciencia, al primer ser extraño que vea en las olas le dispararé entre los ojos, de eso que no quepan dudas y si no logro terminar con ellos, espero que este relato sea motivo para que alguien vengue mi muerte, y libere nuestras almas, de lo que seguro es una condena bajo las olas.

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