Hombres de Negro

Josefa me esperaba a la entrada del emporio que se encontraba cerrado. Su rostro reflejaba una gran preocupación. Una vez al interior de su casa me comentó que había entablado una extraña conversación con un misterioso hombre en el velorio de su vecina. Describió al sujeto con ojos celestes y cabello cano le daban un aspecto fantasmal que se acentuaba por la voz grave y pausada. Utilizaba un sombrero de ala corta vistiendo de riguroso negro y sosteniendo en su mano un bastón tallado que terminaba en una horrenda figura. Le solicitó mi dirección para tratar un asunto que enfatizó ser de sumo cuidado. Josefa le sugirió asistir al funeral, en donde seguro podría encontrarme, evitando revelar mi domicilio temporal, intuyendo que mejor sería llevar a cabo la entrevista en algún espacio abierto y neutral. El hombre la observó un momento con una profundidad marina, cegadora, como si intentara escudriñar en sus pensamientos, Josefa dice haberse sentido abusada, algo se había introducido en su cuerpo, tal vez a través de los ojos, su menté se aflojó y un sopor casi la desarmaron frente a este hombre, que finalmente se despidió fríamente saliendo del velorio para unirse en la esquina a un segundo hombre de características similares, ellos se miraron sin decir nada y emprendieron un andar lento apoyando sus bastones, parecían estar sincronizados en sus movimientos, se perdieron al doblar por una esquina hacia el pueblo.

Intenté tranquilizar a Josefa mintiéndole, diciendo que, tal vez, se trataba de alguna trivialidad, de una información sin mucho asidero que dos personas seniles intentaban ofrecer, que esperaba que aparecieran en el cementerio y que dejara de preocuparse, por más que sus presentimientos le indicaran algo distinto. Más tarde, nos unimos al responso en dirección al cementerio, muchos vecinos estaban en la comitiva, centenares de personas que parecían tener más, un rostro de preocupación, que de pena o dolor ante la partida de la menor. Se trataba del suicidio 25 en menos de dos meses y nadie aún lograba desentrañar las razones por las que adultos, jóvenes y niños estaban tomando semejantes decisiones. Existía una especie de atmósfera de pesimismo instalada en el complejo habitacional Artreno, una depresión masiva y popular, algo que era imposible de explicar con argumentos racionales. Tal vez lo que los hombres de bastón me dijeran podría dar luces o encaminar mis averiguaciones. Esperaba ansioso verlos aparecer, recorrí el trayecto hasta el cementerio en vilo, imaginando el curso de una supuesta conversación, estaba seguro de que aquello no podía sino significar que ambos estaban relacionados con todo este misterio. Luego del ritual mortuorio, de toda la retórica de los discursos y del sentido llanto de familiares y amigos, se marcharon, dejando solo el cementerio, como debe ser el descanso de los muertos, en tranquilidad, una que sólo otorga la soledad. Le pedí a Josefa que se adelantara, que se fuera a su casa y que pensara bien en lo que le había sugerido, aquello de abandonar la villa y el pueblo. Yo esperaría unos minutos más, debía hablar con ellos en ese preciso momento, para no continuar involucrándola en mis investigaciones. Un presentimiento me indicaba que se presentarían en cualquier momento, la frente y las manos me sudaban, entré en una especie de crisis nerviosa y debí sentarme en una lápida.


Aparecieron caminando desde distintos sectores del campo santo, seguramente aguardando el momento preciso en que me encontrara solo y desvalido. El frío se apoderó de mis extremidades inferiores, una sensación dolorosa similar a la que se sucede cuando falta irrigación sanguínea a los miembros, impedía que fuera a su encuentro o huyera, como lo pensé durante unos segundos. Ellos se movían con toda tranquilidad entre las tumbas, apoyados en sus bastones. Vestían tal como los describió Josefa, pero no contaba con su altura y su extrema delgadez. Al acercarse me saludaron inclinando la cabeza, sin darme la mano. Me pidieron que los acompañara por entre los suntuosos nichos de las familias más respetables de Cancerá. Mientras expusieran sus puntos querían caminar y aprovecharían de responder a algunas preguntas. Su tiempo era limitado, por lo que sólo se trataría de un momento que no debía desperdiciar.

Debes marcharte mientras puedas Emet, lo que sucede en Cancerá no es de tu incumbencia. Nadie logrará desentrañar el misterio que se oculta en los sucesos suicidas del último tiempo, nadie pueda vivir para contarlo. El más alto, dijo esto sin dudar un instante, su voz era firme y clara. Sus ojos celestes parecían no pestañar concentrados en su bastón que como ya había sugerido Josefa terminaba en la empuñadura en una especie fantástica de animal o por lo menos lo que parecía ser la cabeza. Todo esto me estaba generando angustia y el frío estaba subiendo por mis genitales hasta la espalda, el dolor había desaparecido por completo, sólo sentía molestias en las rodillas.

Luego el más flaco, me tomó de un brazo con fuerza, puede sentir un frío glacial en sus manos y me dijo bajando un poco la voz.

No debes creer todo lo que los dementes hablan, Olegario Oyarzo de estos asuntos no sabía nada, él era sólo una pieza más en este rompecabezas cósmico. O acaso piensas que los Rituales Rojos son en realidad formas de acercarse a seres superiores, no te has preguntado, ¿por qué justamente debía escribirlos un loco anciano que toda su vida había delirado con monstruos?

Sí de verdad piensas conocer al nuestro señor Goczecocogch, debes estar dispuesto a pagar un alto costo que, de seguro, no estarás en condiciones de entregar.

Entonces algo en su mirada, en su rostro, sugirió que me encontraba en real peligro. Algo vibraba entre sus dientes amarillos, una lengua negra y bífida salía cuando pronunciaba las eses. Pude paralizarme de horror, pero continué caminando, pese a que el frío ya se había apoderado de todo mi cuerpo. Comencé a ver nublado, estos hombres ya parecían sólo dos sombras que me cortejaban entre los nichos marmóreos y el suelo invadido de musgos. Pese a lo extraña de la situación y del temor que se apoderaba al parecer en forma de frío, aún así quise saber el motivo de fondo por el cuál querían hablar conmigo.

Vemos que eres persistente, sabemos que tienes muchas más preguntas y que tu llegada a Cancerá no es casualidad, estás en la línea de los acontecimientos, en el destino de lo que ocurrirá de ahora en más. Si te hubieras amilanado, si hubieras escapado ya estarías tan muerto como quienes yacen a nuestros pies, pero has conservado cierta valentía. Responderemos a todas tus preguntas, ya es imposible que salgas de este círculo hermenéutico en que has ingresado por propia voluntad, no podrás arrepentirte y si lo haces sólo se tratará de tu fin.

Nuestro Señor Goczecocogch reside en las profundidades de esta isla, habita en un mundo de cavernas abisales, en la oscuridad total. Cada cierto tiempo debe alimentarse de su progenie, millones de huevos que los fraksholu depositan en el piso que la cavidad central.

Para que esto ocurra naturalmente los fraksholus se alimentan especialmente de cadáveres, de seguro en este preciso instante deben estar alimentándose de la niña que acabas de acompañar, la carne muerta presenta cualidades preciosas para estos dos seres devoradores de carroña. El pueblo se ha ido quedando escaso de alimentos, de muertos, cada vez son menos, por lo que hay que provocar algunos ajustes al azar, así todos nos mantenemos tranquilos, a salvo y la vida continúa sin sobresaltos.

Es por aquella razón que nadie, nunca ha llegado siquiera a imaginar a los seres prenaturales, nadie los ha visto y ha sobrevivido para contarlo. Menos se ha filtrado el nombre del que aguarda en las profundidades, del que acecha en las sombras, del terror rojo por antonomasia. Hasta que ese imbécil de Olegario se decidió a hablar y contar una historia si bien no falsa, distorsionada. Él jamás fue capaz de comprender el por qué de su vida, por qué fue rescatado de la muerte en la Laguna Meteoro y de cuál fue la razón para dejarlo escapar de Licilia.

Pero él quería ayudar a los Canceranos, él pretendía salvar al pueblo de Goczecocogch, de no ser así me aseguró continuarían las muerte.

Y qué pensabas hacer tú, crees que solo podrías hacer frente a una entidad que ni siquiera comprendes, de una fuerza y envergadura imposibles de asimilar por un escuálido cuerpo humano, cuál sería el plan para derrotar a nuestro Señor, cómo acabarías con el curso natural de los acontecimientos.

Estos no son los cursos naturales, las personas no se suicidan en masa sin tener suficientes argumentos, no lo hacen para alimentar a un monstruo sideral o abisal. ¿Cómo es posible que ustedes siendo seres humanos estén del lado de aquellas entidades y no de su especie?

Nosotros hace mucho tiempo dejamos de ser humanos, creo que ya te mencionamos que nadie puede ver a nuestros señores y vivir para contarlo, no a menos que su destino esté estrechamente relacionado con las necesidades de Goczecocogch. Déjame decirte que verdaderamente sería una gran locura intentar algo contra él, un esfuerzo sin consecuencias, con suerte generaría un mito, pero para una sociedad insular tan acostumbrada a estas tradiciones imaginativas, su valor no pasaría de ser del interés de unos cuantos raros investigadores.

No lo creo, se debe hacer algo más con la tecnología que poseemos, con la fuerza bélica de nuestras naciones. Ya hemos extinto a muchas especies, ¿qué podría detenernos ahora?

Mientras decía estas palabras con un valor que salía de cualquier parte, menos de mi razón la tarde se fue oscureciendo y un viento comenzó a levantarse con ráfagas que amenazaban quitar los sombreros de estos hombres extraños.

Emet, para no continuar con esta improductiva conversación, lo pondremos de la siguiente manera; bastaría con que Goczecocogch cercenase sus diez tentáculos para crear a la misma cantidad de fraksholu y que se reprodujera con cada uno de ellos evitando ingerir la totalidad de su descendencia, para que la vida sobre la tierra llegara a su fin y se instaurara el dominio de los descendientes de Goczecocogch. Pero nadie, ni siquiera él quiere algo así, y piénsalo bien Emet, ¿tú tampoco lo quieres cierto?

El más delgado sonrío y sus dientes delgados y puntiagudos se abrieron de par en par para que aquella lengua que había intuido emergiera cuan larga era y me rozara el rostro. El terror que sentí cuando el alto comenzó también a reírse y su lengua emergió amoratada y babosa me hizo gritar, pedir ayuda, pero el viento y la tormenta que se desataron lo confundían todo. Intenté escapar, pero la visibilidad era mínima, me di de bruces en un par de ocasiones con las puertas de algunos nichos, hasta que una cedió y pude guarecerme de lo que a esas alturas parecía un tornado.

Mientras esperaba aterrorizado que aquellos dos seres inhumanos no dieran con mi escondite, pensé confusamente en cuál era mi situación real en todo este horroroso embrollo, quiénes estaban dirigiendo mi destino que me permitía continuar vivo pese a todo lo que sabía. Estas respuestas no tendrían solución si no continuaba con mi búsqueda, el frío me estaba adormeciendo cuando logré reponerme, pero ya no estaba en la cripta, sino que me encontraba en la habitación de mi hospedaje, tendido sobre la cama desnudo, y la cara de la hospedera como si hubiera visto un fantasma.

Le pregunté qué había ocurrido, cómo había llegado hasta la cama sin notarlo, y por qué ella parecía tan asustada.

Me respondió con palabras trémulas que yo había estado hablando incoherencias y que aún no despertaba desde la noche. Que ella en ningún momento me había dejado a solas por el miedo a que me causara daño, me convulsionaba de tal modo que ella no sabía si llamar a un médico a un cura para que me practicarán un exorcismo, pero habían momentos en que me calmaba y susurraba palabras incomprensibles, que sudaba y me helaba tan rápido que controlar la temperatura era demasiado complicado. Finalmente ella había decidido no llamar a nadie, Josefa había recomendado no moverme por ningún motivo, ni traer a nadie extraño a la pensión. Que de ser así, mi vida corría riesgo, nadie debía ser invitado a pasar a la casa, menos al cuarto. En aquel detalle podía estar la diferencia.

Le pregunté sin entender que cómo era posible que no hubiera despertado, si estaba seguro de haber asistido a un funeral, y previamente conversar con Josefa sobre asuntos personales, recordaba haberme entrevistado con unos hombres…

Con unos hombres de negro –exclamó la hospedera- vestidos de negro y me dio sus características.
¿Cómo sabe sobre ellos, qué es lo que usted sabe…?

Nada, esa es la descripción de los hombre que Josefa dijo que por ningún motivo debían ingresar a la casa, los mismos de los cuales usted habló mientras convulsionaba, los mismos que le provocaban tanto horror e indescriptibles descensos en la temperatura corporal.

¿Y qué cosas dije?, le pregunté si recordaba algo de mis desvaríos, esto lo hice para intentar comparar lo que estaba seguro había vivido en carne propia, no podía ser que toda la experiencia en el cementerio se tratara de una maldita pesadilla, sin embargo, aquellos seres existían, esta mujer los conocía a través de Josefa, y tenían prohibida la entrada. Mi confusión era extrema, pedí un vaso de agua y mi ropa.

La mujer me dijo que hablé de unos monstruos estelares, de los suicidios en el pueblo, de la laguna meteoro, el fin de la humanidad y de una lengua bífida que amenazaba con tocar su rostro, el cementerio, las criptas.

Todo se relacionaba con mi experiencia, era lo mismo que vívidamente había experimentado en sueños.

¿Y Josefa dónde está?, pregunté luego de un prolongado silencio en que intentaba atar hechos y me proponía a salir, debía ir con Josefa, contarle lo sucedido.

Ella ha desaparecido don Emet, dicen que desapareció luego del funeral, entre el cementerio y su casa.

No escuché nada más y salí de la habitación y la casa, tomé un taxi hasta villa Antreno, pero Josefa efectivamente no estaba. La madre de la niña que acabaran de sepultar me habló, me dijo que Josefa se había quedado de las últimas junto a la tumba de su hija. No la volvieron a ver.

Me fui de inmediato hasta el cementerio que no estaba lejos de ahí, en el camino pude ver el desastre que el tornado había causado en la alameda de eucaliptus, los árboles se encontraban sin sus ganchos más poderosos, estos estaban caídos a sus lados, y en el mismo camino.

Al llegar al cementerio vi al panteonero, le pregunté si sabía algo de Josefa, la describí y me dijo lo que terminó por enloquecerme.

La había visto entablando una conversación con dos hombres ancianos, de bastón y sombrero, caminaron a través de las criptas y se despidieron a la salida del cementerio. Ella caminó rápidamente, pero un tornado se dejó caer, él pensaba que debió caerle encima en el preciso momento en que atravesaba la arboleda.

Movido por una rabia inconmensurable me fui corriendo hasta la tumba recién ocupada y quité la pesada tapa con una fuerza que nunca creí poseer, y lo que observé me paralizó, supe que todo estaba perdido, que ya nada volvería a ser lo mismo y que mi destino irremediablemente estaba malsano y estropeado.

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