La Tiara

No hace mucho visité N’ridab, la antigua ciudad cuyas torres portentosas forjadas en oricalco parecen, en la distancia, la diadema de un titánico dios olvidado, que hubiese quedado abandonada por descuido en medio del desierto de Nedaph.

En efecto, los viejos mercaderes que conocen los senderos del desierto cuentan todavía, por las noches cuando se congregan en torno al fuego, la leyenda de un dios grande como una montaña, un dios cuyo nombre ya nadie recuerda, que descendió de las estrellas con una tiara ornando sus sienes, cuando las Altas Tierras del Sueño no eran más que un erial frío e ilimitado, vacío porque en el mundo vigil la Tierra era un planeta caótico en el que aún no nacían animales u hombres capaces de soñar, y de poblar las Tierras del Sueño con sus visiones.

El antiguo dios deambuló por la desolación, quizá durante cientos de años (aunque no existían día o noche que permitiesen regular el tiempo), y su única compañía era la desesperación que su soledad le causaba. Llegó el momento en que, incapaz de soportar esa eternidad de existir sin motivo y sin compañía, se tendió en el duro suelo y se entregó a la muerte, el único e invisible habitante de esta desolación desde mucho antes que llegase la vida.

Apenas un momento después de que sus ojos se cerraran por vez final, las tinieblas eternas retemblaron, y brotó la luz, y una Luna apareció en medio del vacío de los sueños inexistentes; fue cuando en la Tierra nació la primera criatura capaz de soñar, y su primer sueño fue un plenilunio. La primera noche dio paso al amanecer, y así pasaron los días, los años, los siglos. El calor del Sol bañó una y otra vez el cadáver del dios olvidado, desecó sus carnes, volvió amarillos sus huesos; hasta que los huesos fueron polvo, y ese polvo es la arena del inmenso desierto de Nedaph.

Y la magnífica tiara de oricalco que el dios había ostentado permaneció ignorada en medio del desierto, hasta que una caravana la encontró y la convirtió en la poderosa muralla que todavía protege a los ciudadanos de N’ridab.

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