La Tormenta

Hoy por la mañana, al caminar por las playas de Cancerá, presentí que los aires fríos no sólo eran a causa del inicio del invierno austral. Hemos dejado el solsticio hace días, ya me parecía raro que nada sucediera, por eso fui hasta la playa, a contemplar Licilia. Para mi sorpresa había una total ausencia de seres vivos, ninguna gaviota o zarapito, pese a que el mar, en su retirada, dejaba a la vista enormes extensiones de un fondo marino insospechado, de un verde intenso que contrastaba con el gris de la mañana, mientras que el sol pugnaba por irradiar entre el manto nuboso.

Afuera se gesta la tormenta, el viento huracanado, la tromba marina y el tornado, todos se han unido en una danza macabra. Intuyo que éstas son las ocasiones propicias para que emerjan aquellos que no desean ver la luz de las estrellas. La lluvia copiosa y el temporal ocultan, más que la oscura noche de luna nueva, aíslan tanto como el miedo más recóndito del ser humano. Es el momento adecuado para que los demonios nos visiten.

Estamos incomunicados, incapaces de hacerles frente en medio del desorden climático, de los truenos que provocan temblores, de los rayos que con su luz y energía dejan sin luz a los pueblos, para que el mal retome su dominio mientras dure la tormenta. A nadie le extrañará algún incendio, nadie cuestionará un naufragio ni accidentes horribles que ocurren por doquier.

Anunciaron por la radio que durante tres días se esperaban vientos por sobre los 100 km/h, que las lluvias llegarían a los 80 mm y que las temperaturas descenderían hasta los 0°. Desde ya nos comunican del confinamiento, del enceguecimiento ante las calamidades del temporal, de Goczecocogch y Thikomtli Naar. Aunque nadie sabe de aquello, aunque nadie hablará de ello, es un secreto que espero, en esta tormenta, muera conmigo, con mi silencio y arrojo. Durante la noche, en medio de la refriega pretendo llegar a Licilia, sé que desde Punta Cangrejo es más cercano y así evito la ensenadilla, el repicado mar interior, los remolinos quita vidas. Una noche en que nadie estará pendiente de nada, ni los vivos, ni los inmortales. Nadie acusará mi arrojo, sólo ruego que estos Rituales Rojos sean de ayuda una vez me encuentre en las grietas misteriosas de las montañas endemoniadas de Licilia.

Ha caído el primer rayo, se ha descompuesto la energía y las sirenas de emergencia comienzan a sonar desproporcionadas, amplificadas por el viento que arrastra la estridencia, alertando a los habitantes. La locura ha comenzado. Nadie está libre, cualquiera puede ser víctima de lo que acecha entre la lluvia, emergiendo de la oscuridad, como un ladrón de vida.

Dios mío, dame la fuerza para llegar y no ser detectado, para terminar con este reino caótico de los seres que vienen desde el cosmos, de un universo distinto, a quedarse con lo nuestro. Dame el valor para arrojarlos a las profundidades abisales y sellarlos eternamente en el infierno que tú, estoy seguro, no creaste para nosotros, sino para ellos.

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