Sepulcros Abiertos

Nació primero el miedo y solo minutos después su hermano gemelo: el cuento de terror. Durante siglos, este tipo de cuento fue patrimonio exclusivo del lenguaje oral. Ante el poder convocatorio del fuego, en una cueva o bajo un cielo agujereado de estrellas, se reunían los individuos de una colectividad a escuchar historias sobre quienes se habían aventurado a caminar entre los pliegues acechantes de la noche, sobre personajes que se habían alejado del grupo para adentrarse en territorios allende lo conocido que —como todos sabemos— están siempre grávidos de peligros. Era a través de sus oídos que entraban en contacto con la estremecedora belleza del horror, con su aureola didáctica, así eran sacudidos por el poder catártico del miedo, a través de su consumo en dosis homeopáticas.

Los relatos de terror están enclavados en las tradiciones de los pueblos más antiguos. Con el paso del tiempo, no hubo ya cuevas como escenario para escuchar las historias, pero todavía las llamas del fogón o de la chimenea mantuvieron viva la costumbre. Después, esos relatos orales dieron el salto al lenguaje escrito y empezaron a aparecer textos con padres bien identificables (a diferencia de los tiempos anteriores, que abundaban en autores anónimos). Mucha agua ha pasado bajo el puente, pero todavía hoy el cuento de terror goza de buena salud, y es probable que siga así, porque el miedo es el espejo turbio en el que nos miramos y es además inherente a nuestra memoria como especie.

Todas las historias de este libro están muy bien llevadas por sus narradores; hay descripciones minuciosas, la vista puesta en los detalles, pues nadie ignora que la perfección se oculta detrás de ellos. El autor demuestra una muy consciente voluntad de variedad narrativa. Ineludible, el magisterio de Lovecraft sopla en varios de estos relatos y les insufla su aura oscura. El autor presta oídos al consabido consejo de Tolstoi y pinta su aldea: se bosqueja la idiosincrasia boliviana con pinceladas de una prosa que jamás cae en la excesiva recarga léxica; brilla en los diálogos el castellano de Bolivia; en Sepulcros abiertos hay horror con color local.

No nos detendremos a hablar de cada cuento, aunque encontramos imperioso destacar algunos de ellos. El inquietante texto que funge de prólogo es el encargado de abrir la puerta hacia el horror contenido en estas historias; apenas haya atravesado ese portal, el lector se verá sumergido en un mundo de pesadillas donde los temores atávicos son los dioses tutelares, las deidades ominosas que enseñorean las páginas que se aproximan. La construcción psicológica del personaje narrador de "Ch´alla" es verdaderamente notable. "Necrostalgia" es un magnífico relato en primera persona que se conduce sobre el campo minado de un tema macabro. Las sensaciones de extranjería y de extrañeza hunden sus garras en el cuento "Crepúsculo en Cairoma". Y el texto titulado "Quinto piso" destaca por ser extremadamente sensorial.

Inventiva, capacidad para el montaje de escenas y la creación de atmósferas, utilización de un amplio abanico de técnicas narrativas y un solvente manejo de los recursos del género son los rasgos distintivos de los cuentos que pueblan este libro. Daniel Averanga ha estudiado bien a los maestros y al dictado de sus musas tenebrosas ha firmado este potente conjunto de historias. Para que puedas comprobar cuanto aquí se ha dicho, bastará con que sujetes las falanges y los metacarpianos de la esquelética mano que se ofrece para ser tu guía en la tormenta negra que se avecina. Para que puedas comprobar cuanto aquí se ha dicho, lector, bastará con que des vuelta esta página.

Prólogo de Sepulcros abiertos, antología de cuentos de terror (2008-2018) de Daniel Averanga. Se presenta por Editorial Subjetiva de La Paz, este 19 de abril.

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